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  •  28/11/2018  •   Cruceros

Matías Gil: “Quien no haya pensado alguna vez ‘qué hago yo aquí’ es que no ha navegado”

Entrevista al armador del Blue Flag publicada en la edición de la revista A bordo de noviembre de 2018

Texto: JOSÉ LUIS MIRÓ
Fotos: BERNAT PASTOR

Matías Gil (Palma, 1963) creció en el mar. A los dos años ya navegaba en el bote de su padre, Pep Gil, que fue entrenador y juez del Real Club Náutico de Palma. Maestro velero de profesión, es uno de los regatistas de crucero más activos de Mallorca. Se considera heredero de la tradición de Quico Llompart y Pep Estela, de quienes habla con un respeto reverencial. El año pasado ganó la Middle Sea Race como tripulante del Petrouchka III, del armador Jaime Binimelis, y las 200 Millas A2 de Altea a bordo su barco actual, el Blue Flag. La presente temporada ha sido también para enmarcar. Como patrón del Argos, un clásico de 1964, se ha impuesto en las principales regatas del circuito de barcos de época: la Puig de Barcelona, la IB Clàssics de Palma, la Copa del Rey de Mahón y las Regatas Royales de Canes.

¿Cuándo empezó todo?

Más o menos debía ser el año 70. Fui socio de Es Portitxol hasta los seis años, en que pasé al Náutico de Palma. Eran los inicios del Optimist, aunque la cosa funcionaba de manera distinta a como es ahora. Podías compaginar la vela de iniciación con el Snipe y con el crucero porque el calendario lo permitía. Podías hacer dos fines de semana de vela ligera, uno de crucero y el otro lo tenías libre. Los clubes estaban especializados en regatas de una clase determinada. El Arenal, por ejemplo, se ocupaba de las pruebas de 420, Finn y 470, igual que Can Pastilla. Es Portitxol organizaba las regatas de Optimist y el Náutico de Palma se ocupana de las de cruceros y barcos quillados, como el Snipe y el Dragón. Palma dominaba el crucero en el Mediterráneo. Te hablo del tiempo de Quico Llompart y Pep Estela. No los tuvimos como maestros directos, pero sí como rivales. Y tener un buen rival te hace mejor.

Siempre que hago una entrevista a alguien del club surgen esos nombres.

La herencia de esta gente es impagable. Veías como preparaban los barcos para sacarle el máximo el rendimiento, cómo hacían las carenas, modificaban los mástiles, cambiaban la maniobra… Importaron mucho conocimiento y todos los que estábamos a su alrededor, y que ya vivíamos la vela con una gran pasión, aprendimos muchísimo. Por eso te habló de herencia y por eso la gente te habla siempre de ellos. Han sido muy importantes para el desarrollo de la vela en Mallorca. A esos nombres debemos sumar el de Jaime Binimelis, que por desgracia nos dejó el pasado 14 de octubre.

Tuve el placer y el honor de entrevistarle en el anterior número de A bordo. Un caballero y un sabio. Hábleme de él.

Se me hace difícil encontrar las palabras. Su pérdida ha sido un golpe durísimo. Fue un gran regatista, un gran rival y un gran compañero. Cada vez que competías con él o contra él aprendías algo. Jaime era un apasionado de la mar y te enseñaba a quererla. Yo tuve el privilegio de navegar con él a bordo del Petrouchka III y te puedo asegurar que era una persona que desprendía humanidad. Cuando estabas en su barco te hacía sentir bien… No sé muy bien cómo expresar lo que siento, es todo todavía muy reciente… Creo que Jaime fue un maestro y uno de los grandes exponentes de nuestro deporte. Le echaremos mucho de menos y, como decías, estará siempre en la memoria de este club.

Todos ellos bebían de la tradición histórica de la navegación a vela. Desde sus inicios siempre ha habido un motivo para hacer que los barcos corran más.

Pienso que la denominación “vela tradicional” es peyorativa, pues sugiere una forma de navegar un poco descuidada. La vela siempre es tradicional. Lo que hacemos en la Copa del Rey es tradicional, porque, como dices, a lo largo de la historia siempre ha habido alguna razón para sacar el mayor rendimiento posible a los barcos. Los pesqueros o los mercantes antiguos competían por ser los primeros en llegar a puerto para descargar el pescado, el té o lo que fuera… Esa tradición es la que nosotros, los aficionados a las regatas, mantenemos, pero trasladada al plano deportivo. Yo recuerdo haber frotado hojas de aloe vera en el casco de un bote para que se deslizara mejor. La gente siempre ha usado los medios que ha tenido a mano para ir más rápido. Y no hay que olvidar que, al margen de la tecnología disponible en cada momento, hay cosas que no han cambiado ni lo harán: tan importante era ganar barlovento en una batalla naval como lo es hacerlo en una regata.

El historiador Bernat Oliver sitúa el nacimiento de la náutica de recreo a finales del siglo XIX. Hasta esa época nadie veía el mar como un espacio de ocio.

Normal. El mar es un medio hostil: te mojas, hace frío, no tienes comida fresca, los antiguos marineros enfermaban de escorbuto, las tormentas son incómodas, no descansas bien. La gente no se iba al mar a disfrutar, sino a trabajar. Esa visión del mar como espacio de ocio es relativamente moderna, pero insisto: la vela como deporte es una continuación de eso que hemos llamado vela tradicional.

¿Cuál es tu primer recuerdo marinero?

Mi primera experiencia como regatistas fue un tanto traumática. Tendría unos seis años y recuerdo que era principio de verano. Estaba participando en una regata en Es Portitxol. Se me descontroló el barco y choqué, por suerte, con una prima mía. Me asusté mucho y dije que no quería volver a navegar. Mi padre, que era monitor y juez del Real Club Náutico de Palma, y nos enseñaba a toda la familia, me dijo: “No te preocupes, no navegues”. Pasó un tiempo y me di cuenta de que me había equivocado. Le pregunté a mi padre si podía volver y me respondió: “Claro”. Hasta hoy.

Entiendo, pues, que tu padre fue tu maestro.

Sí, sí, claro. En mi casa había tradición de mar. Mi padre trabajó en el club desde el 70 hasta su muerte, en el 77. Había navegado a vela. Tenía un bote mallorquín con proa de violín y popa redonda, el San Manuel, al que llamábamos “s’Aguileta” porque tenía un mascarón de proa con forma de rapaz. Estaba aparejado con vela guaira. A los dos años ya salía a pescar con mi padre. Estábamos todo el día en el agua. No sólo me introdujo en el mundo del mar, sino que de algún modo marcó mi destino profesional, ya que él se hacía sus propias velas. Recuerdo desalojar el salón de casa, poner el tejido en el suelo, marcarlo… Mi padre también reparaba la madera del barco, y yo le ayudaba.

Habiendo crecido en ese ambiente no es extraño que te hayas acabado dedicando a la fabricación de velas.

Algo debió influir, sin duda. Siempre tuve mucho interés por la navegación. De joven leía los libros del doctor Manfred Curry, uno de los primeros estudiosos de la vela. Iba a octavo de EGB, lo que significa que no tenía ni 14 años, y ya intentaba descifrar fórmulas que estaban por encima de mis conocimientos de entonces. He tenido la inmensa suerte de poder dedicarme profesionalmente a mi pasión. A los 24 años abrí mi primera velería. Debo decir que he sido muy afortunado, porque mientras mucha gente tiene que salir de Mallorca para tener unos estudios, yo he tenido el privilegio de trabajar junto a los mejores profesionales de mi sector en mi propia empresa. Es como si los maestros hubieran venido a casa a darme clases particulares. Esto ha sido gracias a que este club ha organizado la Copa del Rey y eso me ha dado la oportunidad de conocer a los mejores

Háblame de tu relación con tus barcos

Mi primer barco fue un Optimist de madera, el Griso I, construido en mi casa junto al del mi prima Blanca Peyeras. También tuve uno de fibra y heredé el bote de mi padre del que ya te he hablado, aunque nunca lo usé para hacer regatas. A los veintipico me compré un Snipe de la marca Skipper, muy rápido, con el que empecé a navegar con Neus Ponsell, mi actual mujer. El siguiente fue otro Snipe, de nombre l’Exerit. Luego me casé y con el dinero que conseguimos en la boda nos compramos un Revull 75, un barco que se construía en Ibiza. Lo llamamos Flag y con él ganamos cinco vueltas a Mallorca. Disfrutamos muchísimo con él, pero nos surgió la posibilidad de comprar uno más grande, un JOD 35 que estaba en Ibiza, y lo hicimos. No le cambié el nombre, KS, aunque nunca supe que significa. Era un barco que había sido diseñado para dar la vuelta a Francia y que te ofrecía cosas que no tienen otros, como la posibilidad de navegar muy rápido con vientos portantes. Con él dimos la vuelta a la Gomera. A partir de los 16 nudos sacabas la corredera del agua. Más de una vez lo pusimos a 20 nudos en popa, yendo muy seguros, pero era incómodo en ceñida y sufrías de la espalda. Lo vendí y me compré mi actual barco, el Blue Flag, un J35. Es más tranquilo que el anterior pero muy marinero. En 2017 gané con él las 200 millas A2 de Altea junto a Félix Comas. Fue una travesía dura, con viento de 30 nudos y olas muy grandes. Se comportó muy bien.

Hablando de travesías duras. ¿Cuándo has pensado que hubiera sido mejor no salir a navegar?

Quien no haya pensado eso alguna vez es que no ha navegado. Lo he pensado más de una vez.

Vale, pero elije una.

Pues mira, seguramente el peor momento lo viví en otra edición de las 200 millas de Altea. Y también con Félix Comas, pero a bordo de su barco, el Pinyol Vermell. Yo había hecho una estima en tierra y había calculado que cuando pasásemos por un punto concreto del recorrido nos cogería el mal tiempo. Y así fue. Ojalá no hubiera acertado. Durante 8 o 10 millas nos cogió viento de Mistral de 40 nudos, olas muy grandes y la costa a menos de media milla a sotavento, entre el faro de Moscarter y Tagomago, en Ibiza. Navegábamos con el foque 4. Todo lo demás abajo. Y atados. Sabíamos que el fondo pasaba de 80 a 20 metros y que eso haría que las olas crecieran. Pensé que no estaba en el lugar adecuado. No nos hacía falta hablarnos, porque cada uno sabía lo que pensaba el otro: “Esto es un sprint y no tenemos que fallar”. En estas circunstancias has de mantener una absoluta concentración y no perder la calma.

Y ahora lo contrario. Cuéntame ese día en el que dijiste: “Esto es una gozada”.

Muchas veces, pero puesto a elegir una me quedó con una etapa de la vuelta a Mallorca planeando junto a mi mujer a bordo del Flag, 30 nudos, spi arriba… Una maravilla.

¿Te gusta la evolución del deporte de la vela, esa tendencia a barcos con foils, cada vez más radicales?

Lo que no me gusta de esto es que yo no me puedo subir. Ya me ha pillado mayor.

¿Te subirías a volar en un Moth si pudieras?

Puede que aún lo haga, quién sabe… A ver, yo creo que con los catamaranes voladores tal vez se ha perdido un poco de lo que para mí es el espectáculo de la vela. Sencillamente es otra cosa. Es otro deporte, porque el único factor determinante es la velocidad. La táctica se limita a la presalida. Las regatas se afrontan de otra manera. Pero no nos podemos negar a esta evolución, hay que aceptarlo. A mí me gusta esto igual que me gusta lo otro. Son gustos compatibles.

Este año has sido patrón de un barco clásico, el Argos (1964), y lo has ganado todo. Hablamos del otro extremo: madera, quilla corrida, mucho desplazamiento, poca velocidad…

Es que a mí me gusta todo. Cada día que sales a navegar aprendes algo y yo en el Argos disfruto muchísimo. Es un barco pesado, con unos movimientos distintos, y tú como patrón o como tripulante tienes que adaptarte. No puedes pretender hacer en un clásico la misma virada que harías con un barco de la Copa del Rey en Palma. Hay veces en que para maniobrar acuartelas el génova, algo que es impensable en otras competiciones. El Argos, como decías, lleva quilla corrida y el timón puede ser un freno si no lo mantienes en unos ángulos determinados. Ha de haber mucha comunicación con el trimmer de la mayor y del génova para que el barco tenga una buena velocidad y una buena sustentación.

Es casi como un arte.

Lo es, sin duda. En el caso del Argos se ha conseguido reunir una tripulación muy buena y compenetrada, donde todos tienen muy claro lo que tienen que hacer, incluido un peeling de mayor o de génova (cambio de vela en plena regata). Somos como una familia.

¿De todos los sistemas de compensación que conoces, cuál es el menos malo?

El ORC. Es el que más parámetros calcula y el que trata de igualar más barcos que son distintos para que puedan competir entre sí. Pero hay entre 14 y 18 formas distintas de hacer una clasificación. No basta que tengas un buen barco y un buen rating. El Comité de Regatas ha de ser bueno. En el Náutico de Palma tenemos la suerte de tener un gran equipo, que investiga y atiende cualquier duda sobre la aplicación de la fórmula. El ORC, si se utiliza bien y las diferencias de esloras son pequeñas, es el menos injusto de los sistemas. Si mezclas barcos de 8 metros y 12 metros la cosa cambia, porque aún no se contempla la manera en que la distancia de la ola afecta a cada velero.

¿Qué crees que hay que hacer para que los chavales jóvenes sigan vinculados al club cuando termina su etapa de vela de base?

Pienso que en el club deberíamos tener un espacio para la gente joven, un rincón para ellos, donde pudieran estar a gusto haciendo sus cosas. Es una conversación que tú y yo ya hemos tenido. No me importaría que cada año, en la asamblea, el presidente nos dijera a los socios que se han tenido que gastar equis miles de euros para el mantenimiento de esta especie de “sala de la juventud”. Lo consideraría una inversión. Me refiero a un lugar donde, además, pudieran estar juntos regatistas y piragüistas, y hacer equipo. Cuando yo era joven, el club era el punto de encuentro para todo. Hay que recuperar ese espíritu. Y, por supuesto, fomentar que los regatistas de vela ligera también se habrán camino en el crucero.