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- 14/05/2018 • Cruceros
Jaime Binimelis: "Los niños que aprenden a navegar son diferentes, el mar les ayuda a crecer mentalmente"
Dos veces ganador de la Middle Sea Race y uno de los armadores de referencia en Mallorca. Empezó a navegar con cuatro años de la mano de su padre.
Foto: Laura G. Guerra
Jaime Binimelis (Palma, 1956) es la humildad en estado puro. Me pregunta si no hay nadie mejor que él para entrevistar. Le digo que ha ganado, entre otras, dos ediciones de la Middle Sea Race (la vuelta a Sicilia desde Malta), que su barco, el Petrouchka III, es uno de los indiscutibles referentes del crucero mallorquín, y que la cuestión no es si él merece esta entrevista, sino cómo han podido pasar tantos años sin que nadie se la haya hecho.
Su padre, Miquel Binimelis, fue socio fundador del Real Club Náutico de Palma, donde Jaime empezó a navegar antes de tener uso de razón. Médico endocrinólogo de profesión, su afición por el mar le llegó precisamente de la mano de su progenitor, legado que ha transmitido a sus hijas, convencido de que la gente de mar desarrolla unas cualidades mentales que no es fácil obtener por otros medios.
Cuál es su primer recuerdo marítimo
Tenía cuatro años. Mi padre me llevó a pescar a la fluixa de madrugada. Me quedé dormido, así que sólo tengo esa imagen. Salíamos a navegar cada semana desde que yo era muy pequeño en el Marvi, un bote con cabina. Allí nació mi afición por el mar. La navegación me enganchó desde muy joven.
Hábleme de ese primer barco, el Marvi.
Era una barca de seis metros y llevaba un aparejo antiguo. Había sido construido en los años 40. Mi padre modernizó ese aparejo con la ayuda de Pep Estela. Navegué con él muchos años todos los fines de semana. No tenía bañera estanca y no podíamos alejarnos mucho de la costa. Creo que sigue en activo. La última vez que lo vi fue cuando mis hijas hacían Optimist, estaba amarrado en el Club Náutico del Arenal. En 1969 mi padre decidió que quería un barco más grande y compramos un Coronado 25, que en aquel tiempo era una bomba… ¡El velero más grande del club tenía 9 metros!
¿Cuándo empezó a competir? Me imaginó que en esa época era muy distinto a como es ahora.
No enganché el Optimist por unos pocos meses. Cuando llegaron los primeros a Mallorca yo acaba de superar la edad. Eran los primeros 70. Hasta ese momento, el aprendizaje era sobre todo familiar. Si tu padre tenía un barco y una buena afición, era fácil que aprendieras a navegar; de lo contrario, era poco probable que un niño se interesara por el mar. No había escuelas de vela, no había equipos de competición…
No había vela ligera como la conocemos hoy.
Estaba el Snipe, que había empezado con la famosa flotilla de Aviación en los años 40. También podías encontrar algún Dragón, barcas de vela latina y poca cosa más.
Entiendo, pues, que usted siempre ha competido en crucero.
Mi primera regata fue con 12 años a bordo del Coronado, aunque mi padre ya había participado en alguna competición con el Marvi de una manera un tanto precaria, con velas de algodón y teniendo que envergar la hélice de tres palas para que ofreciera menos resistencia al agua.
¿Las cosas eran más complicadas entonces?
Lo contrario, todo era más sencillo, porque había poca cosa. Navegabas con configuraciones muy simples. Los que marcaron la diferencia fueron los que empezaron a regatear en plan moderno. Pepe Estela y Quico Llompart modernizaron este deporte en Mallorca. La gente veía lo que hacían y lo copiaba.
¿Quién fue su maestro?
Mi padre, sin duda. Con él lo aprendí casi todo: a amarrar, a largar amarras, a llevar la caña fina, a trimar, a fondear… Todo esto, que es lo básico, me lo enseñó mi padre; luego yo fui aprendiendo cosas nuevas a través de mi propia afición y gracias a que he tenido la suerte navegar con mucha gente que sabía más que yo.
Le iba a preguntar por sus barcos, pero no sé si considera como tales los de su padre.
Los cuento como si fueran míos. Cada vez que él tenía que hacer un cambio, lo consultaba conmigo, incluso siendo yo muy joven. A los 18 años, sin saber yo mucho del tema, monté la electrónica que nos mandaron de Inglaterra en el Sirocco…
Perdone que le interrumpa, acaba de aparecer otro barco.
Sí, en el 74 compramos un Sirocco, el primero de la saga de los Petrouchka. Mi padre lo bautizó así en honor a la obra de ballet de Stravinsky. Lo tuvimos hasta 1980, en que compramos un Puma 34. En aquel tiempo era un espectáculo verlos navegar. La primera sensación que tuve al ir en uno de esos barcos es que atravesaba las olas. No pantoqueaba. Bueno, todos los barcos pantoquean, pero así como el Sirocco hacía “puf, puf” a la mínima, el Puma tenía una forma de navegar finísima. Fue el Petrouchka II. Lo tuvimos hasta el año 2000…
…En que adquirió el Petrouchka III, su actual barco.
Así es. Este año cumplirá 18 años y espero que le queden muchos más. Es un prototipo de 40 pies. Llegó en un momento en que yo tenía ganas de cambiar mi manera de navegar y buscaba un barco más grande por varias razones, pero principalmente porque es más seguro y te permite ir más lejos. Buscaba un barco rápido, que cuando tienes mucho viento de popa se ponga a planear, sin estar limitado por su eslora, cosa que no ocurría con el Puma, que en cuanto se encajonaba entre la ola de proa y la de popa ya no podía correr a más de 9 nudos. En resumen, buscaba algo diferente y más moderno.
Sigue siendo moderno un barco con casi 20 años.
Yo creo que sí. Las formas de los cascos han evolucionado relativamente poco desde su botadura. Es un barco plano, de casco ligero, con más peso en la orza, que va bien en cualquier condición. Un barco de regatas es como la Sagrada Familia, nunca se termina de construir. Siempre estás tocando cosas. Hacer estos cambios forma parte de la afición por navegar y del vínculo que estableces con el barco. Se te van ocurriendo innovaciones que son útiles.
Su padre, Miguel Binimelis, fue socio fundador del RCNP. Me imagino que usted vive el club prácticamente desde que nació.
A los diez años tuve mi primer carnet de socio. El club me ha dado la posibilidad de relacionarme con personas que son como yo. Tenemos las mismas aficiones e inquietudes y, de algún modo, hablamos el mismo idioma. Nos contamos nuestras alegrías y nuestras penas, que tienen que ver con ese mundo que compartimos. Esta relación social es muy hermosa y es lo que hace que la afición en un club náutico sea muy diferente a la que encuentras, por ejemplo, en una marina. Yo he tenido el barco en marinas y no tiene nada que ver, es algo muy frío. Mis hijas han crecido con el mar como parte importante de sus vidas gracias a que aprendieron a navegar en Optimist en este club. Yo tenía claro que si ellas no se oponían, intentaría que una parte de su formación estuviera relacionada con el mar. Pienso que los niños que han tenido contacto con el mar son diferentes.
Me interesa mucho eso que dice. ¿Diferentes en qué?
Desarrollan la agilidad mental porque aprenden a tomar decisiones. En el colegio les plantean problemas que podrán resolver o no, pero el mar te obliga a decidir, a pensar cómo sales de determinadas situaciones… Eso ayuda muchísimo a crecer mentalmente.
¿El carácter de la gente del mar?
El carácter se forja por muchas cosas, por las relaciones sociales, yo no sabría distinguir el carácter de una persona del mar de una que no lo es. Yo no creo que el mar influya tanto en el carácter de las personas como en los esquemas de pensar: te hace ser ordenado, te ayuda a priorizar y te da un plus de resistencia. El mar puede ser muy duro. Y es un medio en el que nunca dejas de aprender. Yo llevo muchos años navegando y a menudo me equivocó. Los buenos regatistas son aquellos que toman el menor número de decisiones erróneas.
Usted se prodiga sobre todo en regatas de altura.
Sí, porque te dan una visión más integral del mar. Lo vives de otra manera. Te permiten planificar a largo plazo y te llevan a pensar en lo pasará de aquí a unas horas, no en los próximos minutos. Y, por otro lado, al ser más largas, disfrutas más tiempo de tu afición.
Hábleme de su mejor momento en el mar.
No es fácil elegir uno, pero, puestos a hacerlo, me quedo con la regata Palma-Formentera de 2001. Estuvimos dos horas parados por falta de viento en la Bahía y, sin embargo, llegamos antes de las nueve de la noche. Tardamos siete horas y media de Cala Figuera a Formentera con un promedio brutal. Un largo con 25-30 nudos y una planeada continua. Fue el año en que algunos barcos lo pasaron realmente mal, pero nosotros llegamos antes de que empezara el mal tiempo.
Ahora toca hablar de una experiencia negativa. ¿Cuándo ha dicho “buf, preferiría estar en la cantina”?
Sólo he dicho “buf” una vez en mi vida, fue en la regata Palma-L’Alguer de 1997. La hicimos en el Puma 34. La retrasamos un día porque había un aviso de “mestralada”. Pensamos que cuando llegaríamos la cosa ya iría de bajada, pero se mantuvo un día más. A la altura de Menorca nos encontramos con viento de 35 nudos y unas olas enormes que se habían estado formando durante cuatro días. Teníamos que surfearlas. De día, vale, pero por la noche… No sabía qué haríamos para que esas olas horrorosas no nos encapillaran. Por suerte, justo antes de la puesta del sol amainó el temporal. Aquella fue la primera y última vez en que me he mareado. Ese día supe lo que siente un mareado, que pierde incluso las ganas de vivir. Es una cosa horrible.
Usted, entre otras cosas, ha ganado dos ediciones de la Middle Sea Race (vuelta a Sicilia desde Malta), una de los grandes clásicas del Mediterráneo. ¿Es este el techo deportivo del Petrouchka III?
La hemos ganado en nuestra clase, así que nos queda ganar en la clasificación absoluta (risas). La Middle es muy especial porque tiene, y no lo digo sólo yo, el recorrido más bonito que puedas imaginar. Tiene tramos de altura, tramos costeros, tramos con influencia de tierra… Hay un poco de todo. Y hay muchos barcos, lo que hace que en todo momento estés compitiendo en tiempo real con algún rival. Es algo muy estimulante que no siempre ocurre en las regatas de altura.
¿Le gusta cómo están organizadas las regatas de Cruceros? Me refiero a la división de la flota, el sistema de compensación…
Un sistema de compensación funciona si hay mucha gente que navega con él y está contenta. Tanto el ORC como el IRC tienen sus defectos. La tendencia es que cada vez se parezcan más, incluso se habla de que el próximo mundial se hará con las dos fórmulas entrelazadas. El ORC me parece más razonable porque introduce más variables, pero no me atrevería a decir que es más justo que el IRC, que gusta también a muchos regatistas. En cuanto a la división de la flota actual no me parece que esté mal. Esto siempre depende del número de barcos y de si unos se quedan solos y pueden integrarse en otra categoría. Es cuestión de negociarlo.
¿Es difícil conseguir tripulantes?
Si tú vas a salto de mata, buscando tripulantes para la regata de esta semana o de la que viene, tienes problemas para encontrar gente. Lo sé porque me está pasando ahora mismo. Pero si montas un proyecto y dejas claro desde un principio cuál es el calendario, acabas encontrando tripulantes. La gente necesita planificarse y saber a lo que va.
Se habla siempre de incorporar a los jóvenes que dejan la vela ligera, pero nunca termina de fructificar.
Yo creo que de ahí podrían salir buenas tripulaciones, pero lo cierto es que muchos regatistas se difuminan cuando terminan su ciclo en la vela ligera. No sé qué puede estar fallando. Tenemos que intentar crear una conexión con estos jóvenes para que no dejen de venir al club. Las bolsas no han funcionado porque mucha gente que se apunta tiene el deseo de navegar, pero no la experiencia. El armador es reacio a coger a personas, pero esto quizás cambiaría si fueran navegantes que vienen de la vela ligera y que en dos días, con muy poco entrenamiento de crucero, estarían listos para competir.